LA EDUCACIÓN COMO PRÁCTICA DE LA
LIBERTAD
UNA
VISIÓN A PAULO FREIRE
Presentado por: Mtra.
Teresa Tejeda Camacho
Hace
más de 40 años, Paulo Freire se
planteaba la urgencia de una educación que fuese capaz de ayudar a salir al
pueblo de una sociedad en franca descomposición para llevarlo transitoriamente del estado ingenuo al estado
crítico del pensamiento para evitar la masificación. ¿Pero cómo realizar esta
educación? ¿Cómo proporcionar al hombre medios para superar sus actitudes
mágicas o ingenuas frente a su realidad? ¿Cómo ayudarlo a comprometerse con su
realidad? Freire junto con su equipo de colaboradores encontraron la respuesta
en tres grandes elementos: a) un método activo, dialogal y crítico, b) una
modificación del programa educacional, y c) el uso de técnicas tales como la
reducción y codificación. Tales elementos constituirían una nueva perspectiva
de educar en un mundo donde los pueblos se estaban transformando en forma
dolorosa, particularmente su natal Brasil.
Freire
explica que “la educación verdadera es
praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo” [1].Este ilustre pedagogo
estaba plenamente convencido de que el hombre ha sido creado para comunicarse con
los otros hombres; de ahí su enorme preocupación por promover una educación
dialogal, misma que haga posible que la educación sea un proceso de
construcción social y no solamente de dirección y orientación a los alumnos
como lo determinan los esquemas liberalistas. Proponía la necesidad de
erradicar el analfabetismo, pero concebido críticamente, no como un mal, una
enfermedad o una hierba maligna, como mencionaba en su libro “Se vive como se
puede”, publicado en 1970, sino como “una explicitación fenoménico-refleja de la
estructura de una sociedad en un momento histórico dado”.[2]
La
educación que proponía Freire en su pedagogía debía ser liberadora, porque si
no es liberadora no puede considerarse educación. La instrucción que se basa en
la repetición de ideas preconcebidas por la mente de otro no va a provocar el
desarrollo humano de un pueblo, sino su domesticación y alienación, que es la finalidad de nuestros
sistemas y políticas educacionales, aún en nuestros tiempos. Esta forma de
instrucción prevalente, tiene la cualidad de irse afianzando y afilando conforme
se avanza de nivel académico porque refuerza tanto los vicios que cuando se
accede a la educación universitaria es casi imposible separarse de ellos. ¿Pero cómo ocurre tal situación?, muy
sencillo, los alumnos se vuelven objetos de manipulación de los educadores. Los
alumnos solo responden y repiten lo que
dicen los maestros quienes ingenuamente reproducen las estructuras de
dominación de la sociedad actual; así “se
convertirán, sin quererlo, por efecto de esta situación alienante, en un
miembro más del statu quo”.[3]
Bajo esta perspectiva, “la tarea de educar sólo será auténticamente
humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su
realidad nacional, en la medida en que le pierda miedo a la libertad, en la
medida en que pueda crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda,
de independencia u, a la vez, de solidaridad”.[4]
Aquí quiero señalar que el miedo a la libertad que menciona Freire, va en
el mismo sentido del que nos hablara Fromm en su libro del mismo nombre, es
decir, el miedo a romper con las cadenas que atan al hombre a las cosas que lo
vuelven dependiente y le impiden mantenerse por sí mismo y para sí mismo; de
igual manera, la educación debe entenderse como un proceso de concienciación,
este es el pensamiento pedagógico de Freire.
Thomas
Sanders, que ha estudiado detenidamente la pedagogía de Freire, nos propone la
siguiente definición de concienciación: significa
un despertar de la conciencia, un cambio de mentalidad que implica comprender
realista y correctamente la ubicación de uno en la naturaleza y en la sociedad;
la capacidad de analizar críticamente sus causas y consecuencias y establecer
comparaciones con otras situaciones y posibilidades; y una acción eficaz y
transformadora[5]. En la medida en
que cada uno de nosotros reconoce su posición y establece relaciones adecuadas
entre sí mismo y su entorno, puede lograr su transformación ya sea social,
política o natural. Agrega Sanders que este proceso (concienciación)
tiene una parte psicológica en la que se
encierra y reconoce la dignidad de uno; es decir, una praxis de la libertad.[6]
Cuando una persona se reconoce como
sujeto hacedor de la cultura y participe directo o indirecto de una sociedad,
ejerce su libertad para elegir ser.
Sanders concluye que si bien el
estímulo del proceso de concienciación deriva de un diálogo interpersonal,
mediante el cual uno descubre el sentido de lo humano al establecer una
comunión a través de encuentros con otros seres humanos, una de sus
consecuencias casi inevitables es la participación política y la formación de
grupos de interés y presión.[7]
Una manifestación más de la libertad
que el hombre adquiere cuando se educa en toda la extensión de la palabra. Pero
evidentemente, la concienciación no se podrá lograr si quienes se encargan de
la educación no están concienciados, así como si todos los individuos reunidos
en el diálogo, no trascienden hacia este proceso. Y no se trata solamente en
este proceso de solamente considerarse concienciado, sino de serlo. Un
individuo que se considere a sí mismo concienciado deberá compartir el
pensamiento y la acción, las necesidades y el dolor de los grupos oprimidos y
hacer algo para destruir las injusticias que observa y vive; lo que otros
autores podrían denominar: tener conciencia social y de clase.
Freire
da un valor muy elevado a la palabra en su método pedagógico, porque la palabra
es reflexión y acción, es transformar la realidad por ella y mediante ella,
pero sobre todo, porque nadie expresa la palabra estando solo. Decirla
significa necesariamente un encuentro entre otros. Por eso él considera que la
verdadera educación es un diálogo. Ahora
bien, tomemos en cuenta que un diálogo ocurre ante determinadas situaciones, no
en el vacío; dichas situaciones pueden ser actos concretos, de orden social,
económico, político o ambiental. Esto significa que la palabra, el conocimiento
que esta encierra, debe darse en función de estas situaciones para comprenderlas, explicarlas, analizarlas
y transformarlas.
Claro
está que esta concepción de la educación que plantea Freire, debe ser lo
opuesto a la educación bancaria, concepto que este mismo autor planteaba para
referirse a esa forma que en la que existe Educador y Educando, donde el
primero es quien sabe y por lo tanto educa al segundo, lo disciplina, le habla,
elige los programas y sus contenidos, es decir, el educador es el sujeto del
proceso y el educando es su objeto, quien recibe en calidad de depósito en
forma pasiva y adaptativa que lo lleva a una favorable domesticación. Como
puede observarse, esta forma de la
educación desfigura totalmente la condición humana del educando.
En
contraste con la educación bancaria, la educación para liberación postula tres
principios básicos: a) nadie educa a nadie, b) nadie se educa solo, c) los
hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo; razón por la cual tiene
una condición problematizadora, fundamentalmente crítica y virtualmente
liberadora, enmarcada por una actitud que no se detiene en el
verbalismo, sino que exige la acción.[8] Qué lejos estamos casi 50 años después de
haber logrado una educación que nos libere y nos transforme. Hemos prevalecido
en la práctica de la dominación en lugar de una práctica de la libertad. La pedagogía que Freire es una pedagogía del oprimido que postula modelos de
ruptura, de cambio y de transformación total. Si esta pedagogía implica la
semilla de la protesta crítica, no es porque el educador siembre el germen de
la revuelta, sino que esto es el resultado de haber llevado la conciencia
mágica de los individuos a la conciencia ingenua, luego a la conciencia crítica
y ésta a la conciencia política. Quizá lo que más se teme cuando se habla de impulsar
una educación que desarrolle un pensamiento reflexivo y crítico es el hecho de
que la toma de conciencia que resulta de manera natural, despierta en el hombre
el sentido de la contradicción y permite descubrir la opresión que existe en las sociedades modernas. No es posible, llegó a decir Paulo Freire,
dar clases de democracia y al mismo tiempo considerar como absurda e inmoral la
participación del pueblo en el poder.[9]
Frente
a una sociedad dinámica en transición, la educación no puede llevar al hombre a
posiciones quietistas, por el contrario, debe impulsar la búsqueda de la verdad
en común, preguntando, investigando, oyendo, aportando. Si la educación permite
esto, está abriendo el camino hacia la democracia y poniendo las simientes para
libertad. Estos dos grandes valores sociales pueden ponerse en práctica
mediante debates, formulación y análisis de problemas, investigación de causas
de un fenómeno y establecimiento de relaciones entre los diversos fenómenos que
aquejan a la sociedad. La educación debe tener un carácter teórico pero no
verboso. La teoría invita a la comprobación, la palabrería oculta la realidad.
Y si nos damos cuenta, la nuestra educación aún no permite que nuestros
estudiantes desarrollen el gusto por estudiar, por comprobar hechos, por
descubrir y revisar descubrimientos, por tanto, se queda sumergida en una
condición peligrosa que provoca que se siga manteniendo una conciencia ingenua
y una posición de dependencia y fragilidad.
Tomemos
en cuenta lo que decía Paulo Freire: la
educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor. No se puede temer al
debate, el análisis de la realidad; no puede huir de la discusión creadora,
bajo pena de ser una farsa.[10] No podemos aprender a
discutir y a debatir con una educación impositiva, donde se imponen ideas en
lugar de cambiarlas o emergerlas; donde se dictan clases en lugar de debatir y
discutir temas; donde ordenamos en lugar de proponer un orden; donde damos
fórmulas en lugar de dar los medios para pensar; donde nos separamos en lugar
de acercarnos a los demás.
Paulo
Freire es sin duda alguna un pedagogo de nuestras sociedades latinoamericanas y
de todas aquellas donde la ignorancia y la opresión han prevalecido. Ha visto
en la educación la fórmula más adecuada para el desarrollo, pero no una
educación tal cual la hemos conocido, sino una educación que trascienda los
límites establecidos por las políticas y prácticas educativas. A más de 40 años
de su propuesta pedagógica, no podemos perder la batalla del desarrollo, pero
tampoco podemos perder la batalla de la humanización del hombre.
[1]
Freire, Paulo. La educación como práctica de la libertad. México. Siglo XXI
editores. Segunda edición revisada 2011.p.9
[2]
Freire, P. op. Cit. p. 15
[3]
Freire, P. op. cit p. 15
[4] Ibíd.
[5]
Citado en Freire, P. op. cit. p. 16
[6]
Ibíd.
[7] Op
cit. p 16
[8]
Ibid. p. 20
[9]
Ibid. p. 20
[10]
Freire, P. op. cit. p 91